miércoles, 30 de noviembre de 2011

La poesía olvidada. Parte I: Granada. De Mikhail Arkadyevich Svetlov

Buenas noches. Llevo ya un tiempo fijándome en que, en general, en España se estudia poesía siempre a-revolucionaria o contra-revolucionaria. De mis ya pasados años en el instituto no recuerdo haber leído ningún poema en relación a esos temas, sino más bien poemas de amor o de carácter social apenas reformista. Los autores españoles involucrados en la Guerra Civil, la República, etc. u otros autores extranjeros revolucionarios, a menudo son ignorados. Debido a mi pasión por la escritura, he decidido publicar aquí periódicamente (a razón de 1 vez al mes aproximadamente) uno o varios poemas de escritores poco difundidos en nuestra educación básica, para que así conozcáis más el mundillo de la poesía, y os animéis a profundizar más en estos temas.

El primer poema que cito para inaugurar esta sección es de Mikhail Arkadyevich Svetlov. Este poeta de nacionalidad rusa nació en 1903 y murió en 1964. En su carrera como poeta, se estableció como uno de los más destacados poetas soviéticos de la época. Por cualquier historiador o profesor de literatura es bien sabido que el periodo de surgimiento de la URSS dio como resultado colateral un auge cultural impresionante, entre el cual se dio un gran auge de la poesía. Muchos autores empezaron a escribir, maravillados e ilusionados por la revolución proletaria. Mikhail Svetlov, de forma concreta en este poema, titulado "Granada", nos narra la muerte de un compañero que, según dice el poema, visitó la ciudad de Granada, y ayudó a sus habitantes en la lucha campesina por la tierra. 

El poema presenta una estructura y composición que resulta extraña para los lectores occidentales, y resultado de dicha estructura es en parte que lo haya reproducido yo aquí. No tiene desperdicio alguno. Por último, he de decir que fue traducido al castellano por R. Alberti, otro gran poeta de nuestra historia. Espero que os guste.

Granada (de Mikhail Arkadyevich Svetlov)

Lentos cabalgábamos
hacia los combates,
y entre nuestros dientes
iba “Manzanita”.
Y esta canción hoy
permanece y tiembla
en la hierba joven,
jade de la estepa.
Pero otra canción
sobre un país lejano
llevaba mi amigo,
sola, en su caballo.
Cantaba mirando
su suelo natal:
-¡Granada, Granada,
Granada mía!
Iba repitiéndola
siempre, de memoria.
¿Dónde halló este mozo
la pena española?
Dime tú, Alexándrovsk,
y dime tú, Járkov:
¿Cómo comenzasteis
a hablar castellano?
Respóndeme, Ucrania:

-¿No guardan tus henos
la gorra de piel
de Tarás Shevchenko?


Amigo, de dónde
viene tu canción:
¡Granada, Granada,
Granada mía!
Es un soñador,
lenta es su palabra.
-Hermano, en un libro
me encontré a Granada.
Su nombre es muy bello,
su gloria es muy alta.
Es una provincia
en el sur de España.
Me fui a guerrear,
dejando mi casa,
para dar la tierra
a los de Granada.
Adiós, mis parientes,
adiós, mi familia…
¡Granada, Granada,
Granada mía!
Ibamos soñando
para aprender pronto
la lengua de fuego
de las baterías.
El sol se elevaba,
cayendo de nuevo.
Se rinde el caballo
de andar por la estepa.
Pero en los violines
del tiempo, la tropa
tocaba con arcos
tristes “Manzanita”.
¿Dónde está mi amigo,
dónde, tu canción:
Granada, Granada,
Granada mía?
Herido, su cuerpo
se deslizó a tierra,
dejó su montura
por la vez primera.
Vi: sobre el cadáver
se inclinó la luna
y los labios muertos
dijeron: Graná…
El destacamento
no advirtió su pérdida.
Y vio “Manzanita”
el fin de la guerra.
Nunca más oyeron
los pueblos natales:
-Granada, Granada,
Granada mía.
Solo por el cielo,
resbaló, despacio,
de lluvia una lágrima
al sol del ocaso.
Y nuevas canciones
inventó la vida…
No, no hay que afligirse
por ellas, muchachos.
No, no hay que, no hay que,
no hay que, compañeros…
¡Granada, Granada,
Granada mía!

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